Silencio, recogimiento, saetas inspiradas en la tristeza de las minas, convertidas en leyenda, palmas sin compás. Semana Santa en Linares.
Texto de Francisco Mañas Mármol.
Fe para unos, descanso para otros. Tradición heredada, soñada y ganada por nuestros mayores, que, con espíritu de continua permanencia, transmitimos a los que, cuando faltemos, tendrán que ganarse su propia dignidad.
Cera, pasos y tronos. Incienso, color y luz. Luna llena, ruido acompasado y música celestial. Trajes nuevos, o se caen pies y manos, piel suave, pelo limpio y perfumado. Bacalao, arroz con leche y pestiños. Anís, agua y coñac. San Francisco, Santa María, Corredera. Los Candiles, tribuna, “madrugá”. Las calles se engalanan, con el verde de sus árboles y el perfume del azahar.
Este sencillo principio, siempre pasa año a año en nuestra vida fugaz. Pero, sí, cofrade lector, hubo un triste año, dormido en la noche perdurable, en el que el Nazareno, ¡lloró solo y en silencio, amargamente!
Permíteme, ahora que lees tranquilo y sereno, te traiga a tu memoria una triste, bella y dura historia que nuestros abuelos vivieron, allá en los tiempos de luces y sombras, donde la dureza y la valentía remarcaban la pasión.
Linares estaba ocupado por batallones militares.
Cuentan los que cuentan, lo duro que fue aquel año, ese 1912, el más duro de la historia de esta villa. Luego, por el curso que marca el destino y con los aciagos pasos traseros, tuvimos, algunos más.
Setecientos mineros, que arrancan, sin piedad, la tierra. Fundidores de las piedras duras e inalterables, hombres con hambre y sed, están encerrados, noche y día en la fundición que con orgullo la llamaban, La Tortilla. El pueblo está ocupado por batallones militares, aquellos que orgullosos desfilaban a lomos de caballos de las guerras africanas, por nuestro largo y flamante paseo. Estos hoy, con bayonetas, pólvora de muerte y sables afilados se apostan en rincones y senderos.
Se teme lo peor, ¿Linares revolucionario y bolchevique o, solamente, se pide trabajo y pan? Los vientos venideros, sin reproches, lo dirán. Pablo Iglesias y otros hombres honestos y de bien, ricos y pobres, intentan mediar.
El Viernes Santo, en la madrugada, como siempre nuestro Nazareno en la calle está. “Armaos”, en silencio, caras tapadas y miedosas con un lento deambular. Calle Santiago, Plaza de Abastos, mira a La San Juanica.
Bendice Dios, trabajador y minero, los campos negros, pobres y olvidados que ocupados están.
Una voz ronca y acompasada, entre el gentío, cuando todos miran al suelo, con la conciencia turbada y asustada, se hace notar:
– “Silencio, silencio, silencio”.
– “El Dios de los mineros ya va a pasar. Viene descalzo, con nuestra cruz en su sangrienta espalda y los pies encadenados”.
– “Dejadlo, dejadlo caminar”.
– “Está entre mineros, está entre nosotros. El también muere por pedir justicia, trabajo y pan.”
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